De forma inesperada, aunque comprensible, Argentina acaba de elegir presidente a Javier Milei. Se entiende que los argentinos no confiaran en Sergio Massa, el ministro de Economía que deja el cargo con un 140% de inflación interanual, uno de los peores índices del mundo, y 18,5 millones de argentinos pobres. Pero el triunfo de Milei es insólito. Por varias razones. Primera, llegó a la política hace apenas dos años aupado por youtubers, tiktokers y otros profesionales de las redes sociales. No tenía partido, ni el apoyo de los sindicatos, la Iglesia católica y la prensa convencional. Segunda, su carácter histriónico y los insultos a los que ha acostumbrado a sus contrincantes no son habituales, ni siquiera en la pintoresca política argentina. Tercera, la imagen personal de Milei dista bastante de la de un presidenciable. Vive solo con cuatro perros —bautizados en honor a sus economistas favoritos, Milton (Friedman), Murray (Rothbard), Robert y Lucas (Robert Lucas)— y su estilismo es un injerto entre Mick Jagger y Elvis Presley pasado por el tamiz latino. Cuarta, se presenta como libertario y propone reformas radicales encaminadas a acabar con lo que él identifica como la tríada enemiga: el comunismo, el estatismo y el colectivismo.